Castilla nace en el sur de Cantabria, norte de Burgos y oeste de La Rioja. Su origen es una serie de condados dependientes del reino de León que logran su independencia con Fernán González en el siglo X. En el siglo XI se convierte en reino independiente con Fernando I, hijo de Sancho el Mayor de Navarra. A partir de este momento irá creciendo hasta convertirse en el reino más importante de la península.
Los primeros textos que se conservan en castellano datan del siglo XI, son las Glosas Emilianenses y Silenses. Concretamente el Códice Emilianense está fechado en el siglo IX, aunque las glosas que contiene fueron escritas a finales del siglo XI. Al proceder de una región que fue punto de confluencia de varias culturas hispánicas: castellana, vasca, navarra y aragonesa, se aprecian en ellas rasgos castellanos y navarro-aragoneses; incluso germánicos.
En ese momento había muy pocas razones para suponer que ese dialecto del latín llegara a ser con el tiempo lengua nacional e internacional. La historia de su desarrollo está íntimamente ligada a la de la Reconquista cristiana de los territorios que los musulmanes habían conquistado en la Península Ibérica.
La imagen lateral muestra la página 72 del Códice Emilianense 60 del monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja). En ella puede apreciarse el texto de una homilía en latín a la que el monje copista ha hecho sus propias anotaciones (glosas) en castellano entre líneas y al margen del texto.
Esta página recoge la frase más larga que existe en todo el Códice en ese castellano arcaico.
Es interesante que en este mismo Códice, aunque en otras páginas, se recogen también dos anotaciones, hechas por el mismo monje, en vascuence. Se trata del más antiguo testimonio escrito conservado de dicha lengua.
Página 72 del Códice Emilianense 60 de San Millán de la Cogolla
En vasco aparecen dos glosas: la glosa 31 y la glosa 42 que dicen:
Izioqui dugu
guez ajutu
ez dugu
Cuya traducción sería:
Hemos sido puestos a cobijo, hemos sido salvados
a nosotros no se nos ha dado ayuda
Los rasgos navarro-aragoneses se perciben en el uso de muito, feito, honore, (femenino y no masculino), plicare, lueco, cono, ena, etc.
Como germanismos hay dos glosas la 20 y la 21 que respectivamente dicen:
desolabuntur - nafragarsan
dextruuntur - nafragatos
No obstante, en el Códice Emilianense 46, glosario escrito en Suso en el año 964, se hallan palabras y frases romances o romanceadas, con lo que se fijaría en un siglo antes (el X) las primeras manifestaciones escritas del castellano, confirmándose de paso al Monasterio de Suso como cuna de esta lengua.
En la figura inferior se aprecia ampliada la famosa glosa marginal en castellano de la página 72 del Códice Emilianense 60 de San Millán de la Cogolla. Se trata de 12 renglones que dicen así:
Cono aiutorio de nuestro
dueno dueno Christo, dueno
salbatore, qual dueno
get ena honore et qual
duenno tienet ela
mandatione cono
patre cono spiritu sancto
enos sieculos delo sieculos.
Facamus Deus Omnipotes
tal serbitio fere ke
denante ela sua face
gaudioso segamus. Amen.
Glosa marginal de la página 72 del Códice Emilianense 60
En castellano actual la frase se lee así:
Con la ayuda de nuestro Señor Don Cristo Don Salvador, Señor que está en el honor y Señor que tiene el mandato con el Padre con el Espíritu Santo en los siglos de los siglos. Háganos Dios omnipotente hacer tal servicio que delante de su faz gozosos seamos. Amén.
Algo posteriores a las Glosas Emilianenses son las Glosas Silenses, procedentes del Monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos) y conservadas en el British Museum de Londres.
El desarrollo cultural y literario del castellano comienza en el siglo XII, con la aparición de los Cantares de gesta. El primero y más renombrado de todos es el Cantar de Mio Cid (1140), que supone la irrupción del castellano como idioma literario.
El primer escrito en español debía pasar al devocionario de todo hispano hablante, de los cientos de millones de habitantes del mundo que hoy se expresan en la lengua que nació con palabras de servicio a Dios en la tierra y de esperanza gozosa en el Cielo
La primeras palabras escritas en español son las siguientes:
"Con la ayuda de Nuestro Dueño
Dueño Cristo, Dueño Salvador
el cual Dueño está en la gloria
y Dueño que tiene el mando
con el Padre, con el Espiritu Santo
en los siglos de los siglos.
Háganos Dios omnipotente hacer
tal servicio que delante de su faz
gozosos seamos. Amén "
Siempre ha sido sagrado el primer escrito conservado y conocido en cada uno de los idiomas.
El primer escrito en francés es del año 842 y se trata de un documento político, las capitulaciones llamadas de Estrasburgo: una alianza ofensiva y defensiva entre Carlos el Calvo y Luis el Germánico, nietos ambos de Carlomagno.
El primer escrito en italiano es del año 960 y se trata de un documento jurídico, firmado en Capua, para reivindicar unas tierras a favor del monasterio de Montecasino.
El primer escrito en español es aproximadamente del año 975, final del siglo X, y se trata de una afirmación de fe en el misterio de la Santísima Trinidad y de una oración dirigida a Dios.
Insistamos un momento en el dato, acudiendo a la socorrida comparación de los tres países, francés, italiano y español, plenamente justificados en este caso. El documento francés es político, el italiano administrativo, el español religioso.
Dámaso Alonso, en su momento Presidente de la Real Academia de la lengua, comentó así el dato: "No puede ser azar, no. O, si acaso lo es, dejadme esta emoción que me llena al pensar que las primeras palabras enhebradas en sentido, que puedo leer en mi lengua española, sean una oración temblorosa y humilde. El César bien dijo que el español era lengua para hablar con Dios. El primer vagido del español es extraordinario entre sus lenguas hermanas.
No se dirige a la tierra: con Dios habla, y no con los hombres".
De las cuarenta y tres palabras del primer texto escrito en castellano es preciso destacar las catorce últimas.
Las veintinueve anteriores, es decir, la profesión de fe en el misterio de la Santísima Trinidad, son una traducción del texto latino de al lado, aunque se trate de una traducción libre y ampliada. Las catorce siguientes son una oración totalmente original. Podemos decir que el monje anónimo de San Millán es, en el primer caso glosador, y en el segundo verdadero y legítimo autor.
Autor original de catorce palabras, de apenas dos líneas. Pero a un autor no se le mide por la cantidad, sino por la calidad. Y la oración que plasmó el monje riojano creemos que es de una calidad y de una fuerza insuperable.
"Háganos Dios omnipotente hacer tal servicio que delante de su faz gozosos seamos. Amen"
¿No debíamos los de habla española aprender de memoria y repetir con frecuencia esta oración, que son a la vez las primeras palabras del idioma castellano?. También la Salve es de autor español, pero fue redactada originalmente en latín. La breve oración del anónimo monje riojano del siglo X es totalmente española y se ajusta, pensamos, como anillo al dedo, al estilo y al talante del espíritu religioso del idioma español.
Santa Teresa de Jesús y San Ignacio de Loyola concebían el cristianismo como "un servicio" casi castrense, como una lucha en campo de batalla. El fundador de la "Compañía", nombre tomado de la milicia terrena, velaba sus armas ante la Virgen de Monserrat antes de emprender su servicio y su aventura hacia Dios; y el Duque de Gandía, posteriormente San Francisco de Borja, juraba ante el cadaver de la emperatriz, empuñando la espada, "no más servir a señor que se me pueda morir".
El monje de San Millán junta la bravura española del "servicio" con la humildad cristiana de la "súplica" y con la aspiración esperanzada de la recompensa, que también es muy español y muy cristiano. Y todo en catorce palabras, en un suspiro.